Hay un momento en la vida en el que súbitamente percibimos lo vulnerables que somos. De repente comprendemos que podemos fallecer en cualquier instante. Unos lo llaman madurez, otros, Epifanía. Esa revelación suele suceder tras una experiencia trascendental que nos hace reflexionar sobre nuestra propia existencia, como sobrevivir a un accidente, el fallecimiento de un amigo cercano, experimentar el nacimiento de un hijo, la pérdida de un buen empleo, contraer matrimonio, comprar una casa o emprender un negocio.
La interrogante recurrente siempre es: ¿qué pasa si fallezco de manera repentina? ¿Qué pasa con mi hijo, mi esposa, mis padres, mis deudas?
La respuesta es simple: si no está preparado, además del dolor por la pérdida, sus seres queridos tendrán que hacer frente a su funeral, sus deudas, la manutención de su hijo o de sus padres, y por consiguiente, el nivel de vida por el que tanto luchó podría desvanecerse como su propia existencia.
Pero no tiene por qué ser así. Existe una forma muy sencilla de evitar esto: se llama seguro de vida. Un instrumento financiero creado para proteger a la familia contra la incertidumbre de una muerte inesperada.
Encuentro oportuno señalar que, lejos de lo que muchos imaginan, el seguro de vida no es caro, es muy simple de obtener y logra una función protectora única. Incluso lo protege a usted si desgraciadamente desarrolla una enfermedad crónica o terminal.
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